Opinión 11 noviembre 2024

El S&P 6000 da la bienvenida al 'realismo transaccional' de Trump

Hace un mes, en nuestro comentario semanal del 14 de octubre, decíamos, bajo el título "Las Bolsas se ensanchan y caminan hacia el S&P 6000", que el S&P parecía encaminarse directamente hacia el nivel de los seis mil puntos. La contundente victoria de Trump en las elecciones norteamericanas y su discurso de celebración anunciando una “nueva edad dorada” para Estados Unidos, unidos a la bajada de tipos en un cuarto de punto por la Fed el jueves pasado, han hecho que esa previsión se haya hecho realidad el pasado viernes, en el que los tres grandes índices de Wall Street (el S&P, el Nasdaq y el Dow Jones) cerraron la sesión en máximos históricos de todos los tiempos.

En esa misma sesión del viernes, el S&P superó los 6.000 puntos y el Dow Jones logró romper al alza, por primera vez en su historia, los 44.000 puntos. Son niveles nunca antes vistos y, aunque luego ambos índices cerraron un poco por debajo de esos niveles, es realmente impresionante la sucesión de récords que las Bolsas americanas han registrado en lo que va de año. En concreto, el S&P alcanzó el viernes su récord histórico número 50 en lo que va de año.

Es normal que haya un “rally de alivio” tras las elecciones, aunque solo sea por el hecho de que se ha despejado ya de forma clara quién es el ganador, eliminando uno de los factores de incertidumbre que venían pesando sobre los mercados y evitando el “worst case scenario” de posibles disputas sobre el resultado al que aludíamos la semana pasada. A ese “rally de alivio” se une otra circunstancia, la de que el ganador es el candidato más favorable a las empresas. Donald Trump propone una fuerte bajada de los impuestos, a diferencia de Kamala Harris, y anuncia una amplia desregulación, frente al anuncio de un control de precios en algunos mercados básicos propuestos por Harris.

Se entiende que en la sesión del miércoles, que fue una sesión histórica, el Dow Jones subiese un 3,5% y el Russell 2000 un 5,8%, y que viésemos alzas de más del 10% para varios grandes bancos americanos, y del 4% para el sector industrial del S&P, en una euforia generalizada, más acentuada aún en el caso de Tesla, que subió un 14,75% en la sesión, tal vez pensando que el fortísimo apoyo dado por Elon Musk a Trump durante toda la campaña tendrá algún tipo de recompensa.

Pero, sin ánimo de aguar la fiesta, una vez pasadas las celebraciones, conviene hacer un análisis más sereno de la situación. Y ese análisis nos mueve a pensar que no va a ser fácil para el nuevo presidente americano gestionar los complejos problemas estructurales que afectan a la economía norteamericana y global, y que condicionan el crecimiento económico futuro. Esos problemas estructurales siguen ahí y ninguno de ellos habría encontrado solución con Kamala, pero tampoco la va a encontrar con Trump, aunque es verdad que a medio plazo la desregulación, la reducción de la asfixiante burocracia y la bajada de impuestos propuestas por Trump, suelen funcionar mejor, en términos de crecimiento, que el intervencionismo y el dirigismo que asomaban tras Kamala Harris.

Un primer problema es que la desglobalización, el giro hacia el proteccionismo y el cambio de modelo en el comercio internacional en el que estamos inmersos y que Trump pretende intensificar, van a pasar un peaje claro a la economía tanto en términos de inflación como de crecimiento. Ese giro lo inició Trump en 2016 y lo ha continuado Biden, por tanto, no es nuevo, pero Trump ha reforzado el mensaje, hasta el punto de afirmar, como lo hizo hace dos semanas en el Economic Club de Chicago, que la palabra que más le gusta del diccionario es “aranceles” (tariffs). Sin entrar en la necesidad o no del cambio de modelo de comercio global, lo cierto es que el proteccionismo y la relocalización de la producción son inflacionistas y es también claro que las trabas al comercio internacional quitan unas cuantas décimas al crecimiento.

Un segundo problema, en parte vinculado al anterior, es la situación de las cuentas públicas y de la deuda pública norteamericanas. El déficit público este año estará en el entorno del 7% y, como ya hemos dicho en varias ocasiones, la Oficina Presupuestaria del Congreso norteamericano prevé que el déficit no va a bajar del 5% en la próxima década. Trump peleará de inmediato la elevación, en enero, del llamado techo de la deuda, y lo conseguirá, pero la espiral de la deuda pública norteamericana, igual que la de algunas europeas, es insostenible.

Realmente, si escarbamos un poco más allá de los mensajes genéricos de marketing que apelan a “hacer América grande de nuevo” (MAGA) o a “poner a América por encima de todo” (America First), es difícil ver cómo la “trumponomics” va a conseguir estimular un crecimiento económico sostenible. En 2016, Trump puso en marcha la llamada “reflación”, muy basada en el gasto fiscal y en las políticas monetarias ultraexpansivas. Pero entonces no había asomado aún la inflación y la Fed no tenía todavía en su balance la enorme cantidad de deuda del gobierno que tiene hoy. Además, en 2016 China seguía inundando al mundo de bienes baratos y de dinero abundante, una situación que no se da hoy y que limita mucho la capacidad de la Fed para poner en marcha políticas monetarias ultralaxas.

Es verdad que en esto Estados Unidos tiene ventaja por la enorme confianza del mundo en el dólar. Es poco probable que en la deuda pública norteamericana se produzca una tormenta de ventas como la que sucedió en el Reino Unido con Liz Truss, porque el dólar continúa siendo la moneda de referencia para el comercio internacional, y la confianza en el dólar no es previsible que desaparezca repentinamente. Un tercio de la deuda pública de Estados Unidos está en manos de inversores no americanos y, aunque China va a la baja como tenedor de esa deuda, no es probable que el modelo de prestar a los estadounidenses para que continúen adquiriendo productos extranjeros se rompa en el corto plazo. Hemos visto, de hecho, cómo el dólar se ha fortalecido estos días.

Vamos a ir viendo si esa fortaleza de Estados Unidos es en 2024 tan grande como lo era en el 2016, pero hay que recordar que el problema es que si no hay crecimiento seguirá habiendo malestar social, sobre todo, si la inflación se enquista y si hay “represión financiera”. El malestar de una capa cada vez mayor de la clase media tanto norteamericana como europea se traduce en una fractura social profunda, muy visible tanto en las elecciones norteamericanas como en las europeas del pasado 9 de junio, y no va a bastar con revisar el modelo de globalización para eliminar el malestar.

Cuando asuma la presidencia Trump a principios de enero, la deuda del Gobierno norteamericano superará los treinta y seis trillones de dólares (trillions), algo más del 125% del PIB. Analistas como Nassim Taleb, el conocido autor de “El cisne negro”, no dejan de alertar sobre esa deuda que, como decía el propio Taleb, es un “cisne blanco”, es decir, un problema que está a la vista de todos. Un problema que, según Taleb, crea una espiral de la deuda pública (debt spiral), que es una espiral de muerte (death spiral).

Es también poco sostenible la divergencia tan extrema entre Europa y Estados Unidos, es decir, que la economía y las Bolsas norteamericanas vayan muy bien y las europeas muy mal. Por más que sea cierto, y lo es, que Europa va en la mala dirección, la divergencia tiene un límite y, si a Europa le va muy mal, eso tendrá un impacto en Estados Unidos. No parece compatible una Europa en recesión con un EE. UU. en fuerte expansión.

En las Bolsas americanas ha reaparecido el “miedo a quedarse fuera” (FOMO) y hay especulación y burbuja en algunos segmentos. Un ejemplo muy gráfico de ello es que el bitcoin haya superado los 80 mil dólares este fin de semana. En ese ambiente, esta semana habrá datos de inflación en Estados Unidos y en Europa, y datos de ventas minoristas de octubre en EE. UU. y en China. Además, presentan resultados empresas como Cisco, Disney, Home Depot, Allianz o Palo Alto, entre otras.

Las Bolsas norteamericanas están en subida libre tras la victoria de Trump y no es posible saber dónde van a parar, pero con el S&P a seis mil puntos, la tentación de realizar beneficios es grande.

 

Juan Carlos Ureta Domingo
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